Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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M. Baz: La coreografía de los adioses: el cierre grupal


La coreografía de los adioses: el cierre grupal

Margarita Baz 


En el marco de la concepción operativa de grupo, la idea de cierre tiene que ver con el movimiento grupal que se produce frente al agotamiento temporal de una reunión o de un proceso grupal en su conjunto, y más específicamente, se refiere a la forma como el grupo elabora la finalización de su tarea

Quisimos aprender la despedida
Y rompimos la alianza
Que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
Entre las amistades divididas,
Para aprender a irnos, caminamos
Fuimos dejando atrás las colinas,
Los valles, los verdes prados,
Miramos su hermosura
Pero no nos quedamos
Los Adioses (fragmento)
Rosario Castellanos

Introducción
En un trabajo sobre la técnica analítica, Freud hace una interesante reflexión: Si intentamos aprender en los libros el noble juego del ajedrez, no tardaremos en advertir que sólo las aperturas y los finales pueden ser objeto de una exposición sistemática exhaustiva, a la que se sustrae en cambio, totalmente, la infinita variedad de las jugadas siguientes a la apertura. Apertura, desarrollo, fin: tres categorías que intentan cumplir el propósito de hacer inteligibles los procesos que arman la vida humana y que son, no obstante, problemáticas en sí mismas. ¿Cuándo se inicia un proceso, un vínculo? Insistimos en buscar orígenes, en descifrar claves. Dicen que E. Pichon-Rivière sorprendía a sus alumnos de psicología social a quienes había pedido que fueran a ver determinada película, con la pregunta: ¿cuál es la primera escena?. Con ello sugería que el coordinador de grupo tendría que aprender a mirar, a observar atentamente la riqueza de ciertas escenas privilegiadas del proceso grupal, una de ellas el momento inicial. Si el ajedrez ilustra, como lo propone Freud, procesos que, tales como el psicoanálisis y la práctica grupal, tienen en forma más o menos explícita un inicio de juego y un término o punto final (al menos para cuestiones prácticas), pensaríamos que Freud está en lo correcto en lo relativo a la posibilidad de pensar tales puntos extremos, de teorizarlos desde cierta concepción, así como en advertir las muchas sorpresas que tendrá el camino. Sin embargo, mientras en el campo analítico siguen vigentes las preguntas de dicho autor en su "Análisis terminable e interminable", en el campo grupal falta por abrir un trabajo sistemático de investigación en torno al momento final, técnicamente llamado cierre. A pesar de dicha ausencia, es fácil constatar que existe entre los especialistas en trabajo grupal, un amplio consenso respecto a la importancia de la última reunión grupal. Aproximaciones conceptuales fundamentando por qué el momento final es significativo para el proceso en sí, y para qué le sirve al grupo ese movimiento, y cuestiones técnicas que aluden al cómo se trabaja esta última reunión, podrían ser evocadas como explicitación de tal saber que aparece circulando en forma relativamente silenciosa. ¿Será acaso que es difícil para el coordinador de grupos pensar en el término de un proceso?. Dejaremos por el momento abierto este interrogante, para esbozar algunas hipótesis acerca de la problemática de cierre grupal.
La perspectiva en la que nos ubicamos admite, cuando menos, dos miradas posibles: una se preguntaría por los efectos en el grupo de la última reunión (el gran emergente final); la otra, enfoca la vivencia que se tiene desde la coordinación de la despedida del grupo y la necesidad de repensar, a partir de ella, su implicación en el proceso. Empezaremos por explorar algunas significaciones a las que apuntan términos tales como despedida, momento final, cierre.

Noción de “Cierre”
Todo nos dijo adiós, todo se aleja. Y, sin embargo, hay algo que se queda Y, sin embargo, hay algo que se queja. Son los ríos (fragmento). Jorge Luis Borges.
En el marco de la concepción operativa de grupo, la idea de cierre tiene que ver con el movimiento grupal que se produce frente al agotamiento temporal de una reunión o de un proceso grupal en su conjunto, y más específicamente, se refiere a la forma como el grupo elabora la finalización de su tarea. Esto último, no en el sentido de completada la tarea, sino de la conciencia de separación o disolución del grupo, por cumplimiento del encuadre de trabajo o por determinación del propio colectivo, que puede obedecer a distintas razones. El factor tiempo, tiene un efecto significativo en el proceso grupal, fundamentalmente porque introduce el manejo de límites, expresado, por ejemplo, en el número de reuniones y su duración. Simbólicamente, esto implica un corte que, suponemos, favorece la discriminación y el pensamiento sobre la tarea grupal. A modo de comparación, podemos recordar cómo, con frecuencia, en asociaciones primarias tipo familia, pareja, etcétera, se instala –imaginariamente- la sensación de eternidad, hasta que un buen día no se puede contestar la pregunta, ¿para qué estamos juntos? (pregunta que el trabajo grupal nos ha enseñado a confrontar permanentemente). Además, el corte representa una garantía frente a la ansiedad que provoca la fantasía de absorción en el colectivo y de pérdida de la individualidad por parte de los sujetos del grupo (2). Así, el contar con un término, con reglas de entrada y salida permite la entrega, posibilita quedarse. Desde luego, como todo límite, provoca el inevitable juego de la ambivalencia: hace bien (tranquiliza, bajo ciertas ansiedades) y también violenta, porque nos obliga a asumir que la vida nos coloca una vez más ante la necesidad de decir adiós. Son las pérdidas, drama y a la vez esencia del vivir. Más aún como filósofos y poetas (3) lo han afirmado claramente: la muerte es lo que da significado a la existencia. En cada reunión el grupo transita una escena de despedida, preludio y ensayo de la escena final. Desde un punto de vista metodológico, se ha planteado que un elemento importante a tomar en cuenta para la lectura del proceso grupal es el emergente que aparece como cierre de reunión (emergente final) (4). Y por supuesto, igual función cumple la última reunión globalmente tomada, que es el cierre de grupo. La coordinación suele explicitar que se aproxima el término de la reunión (5), lo que precipita el movimiento grupal hacia la tarea. Cuando se trata de la reunión final, con mayor razón se ocupa de señalar la naturaleza de tal encuentro. Tal vez tendríamos que trascender las connotaciones temporales del cierre en tanto que momento grupal, para ubicarlo más bien como una de las modalidades del aprendizaje grupal, consistente en un movimiento de reevaluación del camino recorrido; sería un concluir provisional para poder reempezar (una nueva reunión, otro proceso) desde el lugar posibilitado por los tránsitos efectuados. Así, la figura de la despedida tendrá el valor de un gesto, será como una metáfora del corte, de la separación. La importancia del punto final reside en su potencialidad para re-significar el proceso recorrido. Esto lo hemos aprendido de los lingüistas, quienes nos han demostrado cómo el lugar, el momento y la modalidad de dicha puntuación genera textos y significaciones muy diversas. Más aún hasta que el punto final sea puesto, podremos decodificar a ciencia cierta su sentido. De esta manera, el texto trazado por el grupo se lee no sólo en forma prospectiva (hacia delante) sino retroactiva (hacia atrás). Es decir, tenemos la hipótesis de que vamos a entender mucho más el proceso grupal acontecido a partir de trabajar la forma como el grupo se ha despedido. Por ejemplo, si un vínculo idealizado tiene un final desafortunado, pobre o injusto, habría que repensar en todo lo negado que hubo en esa situación considerada “maravillosa”. La forma de despedirse habla del modo como fue el vínculo. En otras palabras, puede decirse que el adiós recapitula la historia del vínculo (y recordemos que el vínculo que define el proceso grupal es un entramado con la letra, los compañeros de ruta y la coordinación). Pensando específicamente en la última reunión, sostendríamos que el cierre es un momento elaborativo fundamental para el grupo, Si esto se asume plenamente, es decir, si el grupo garantiza este espacio con su presencia y el abordaje de la tarea, el cierre, lejos de ser una clausura, es un momento de gran aprendizaje y de apertura de nuevas posibilidades futuras. La pérdida del grupo real se transforma en la incorporación de un objeto bueno que nos instrumenta para futuras experiencias. Cada sujeto ganaría, para sí, al grupo. El cierre entonces, lejos de traducirse como lo indica su significación etimológica, en encierro, en la imagen de contener con un cerrojo, transmitiría básicamente la idea de contención: cerrar bien como continente necesario frente a las ansiedades y emociones que ha movilizado el proceso. El cómo del cierre, puntúa, marca. Así lo expresa la sabiduría popular con sus anhelos de lograr “broches de oro”. El cierre no se produce espontáneamente con el simple transcurrir de una última reunión; el cierre se logra trabajando grupalmente, construyéndolo, a partir de elaborar con los otros las significaciones, los obstáculos y efectos de la búsqueda emprendida, y de elaborar, asimismo, el duelo que conlleva la inminente separación. Esto no lo puede hacer, más que muy precariamente, cada individuo por su cuenta (ni aún si cuenta con espacios elaborativos privilegiados como un análisis personal), porque tiene una dimensión cualitativamente distinta del diálogo desde ese nosotros grupal al monólogo con mis fantasías. Si por diferentes motivos se pierde o se sabotea tal momento de cierre (y el término del grupo adopta la forma de un desvanecimiento), es más probable que se nos reviertan masivamente los elementos ahí depositados, con consecuencias abrumadoras y desorganizantes de los procesos de aprendizaje. Claro, dependiendo de los anhelos y deseos ahí depositados, de las transferencias en juego. Es útil pensar, como afirman algunos autores, que el grupo puede ser considerado como un objeto en términos psicoanalíticos, es decir, un lugar investido libidinalmente. Su pérdida, aún con un “buen” cierre acarrea ese fenómeno de retorno de lo ahí depositado. Esto es parte de los procesos de duelo.
Ahora bien, en la medida en que tal pérdida puede ser simbolizada (elaborada, pensada) en el grupo, repercutirá favorablemente en la posibilidad de recuperar y valorar la experiencia grupal. Decir adiós precisa un ritual, que no es un convencionalismo o un capricho, sino una válida expresión de una necesidad ancestral. Un ritual que exige darse tiempo y tener disposición para la ceremonia. ¿De dónde, preguntaríamos, nos llega un cierto eco místico?. Sin duda de la devoción que brindamos a los objetos amados. La significación del vínculo graduará la necesidad de esta ceremonia del adiós.

Vicisitudes de la Despedida
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo. Algo con álas de pájaro, algo de angustia y de Olvido. Así como las redes no retienen el agua. He ido marcando ... (fragmento). Pablo Neruda.
En el convento dominico de Santa María delle Grazie en Milán, Leonardo da Vinci realizó la más celebre interpretación del pasaje bíblico de la última cena. Los personajes son representados en un momento de máximo desconcierto y asombro ante el anuncio de la traición. La traición, curioso elemento que hace de tal encuentro la cena de despedida. ¿No será este acaso el principio disolutorio del pacto colectivo? Antes del duelo, que aparece como proceso evidente a reconocer ante la separación por ocurrir, ¿no habría que preguntarse cómo tiene que vivirse el vínculo grupal para que la separación sea posible? Al parecer, los grupos tienen siempre y eventualmente actúan la capacidad de traicionar, de romper la alianza, el pacto (que es en última instancia el pacto de conjurar la soledad). Habrá que asumir que la fuerza que agrupa lleva el germen de la dispersión. Esto equivale al principio dialéctico del movimiento, por el cual toda positividad porta su propia negación. El elemento del duelo, asociado con los adioses, hace también olvidar a veces otro aspecto de la despedida: el alivio que proporciona la retirada de una situación que nos demanda distintas cosas, ante todo, inversión libidinal. Y este alivio es como recobrar la parte nuestra ofrendada a un compromiso exterior, una vuelta o retracción egoísta que deja, como ganancia secundaria, una sensación de liberación. El coordinador de grupo participa de esta doble faz del adiós: su rol diferenciado ha sido sostenido por el grupo y concluye con él. Deberá emprender su propia despedida, la elaboración de un precipitado de significaciones asociado al final de un proceso que le trae, inevitablemente, la conciencia de los límites y de una experiencia que, por ahora, se ha terminado. Asimismo participa del alivio. En él quedará resonando el cómo se fue el grupo; siendo un elemento que ha sostenido el proceso, no se puede sustraer a la sensación de que, en parte, el cómo del cierre también está dedicado a él. El grupo hace frecuentemente del cierre, un homenaje al cambio conjuntamente recorrido: hay que hablar del aprendizaje que el grupo facilitó, de todo lo producido; es también el momento de la culpa por todo lo que no se hizo, lo que no se pudo. Puede irrumpir inclusive el odio, no sólo por la sensación de abandono, sino por la frustración ante expectativas imaginarias no realizadas. Retomemos una pregunta inicial (reformulada): ¿Será difícil para el coordinador cerrar un proceso de grupo?, ¿Sería mejor posponer este momento, ampliar el margen convenido, dar más tiempo (lo que coincide muchas veces con propuestas del propio grupo)? Nuevamente, aparece el tema tiempo portando distintas claves sobre el proceso grupal y que habría que seguir estudiando. En principio, creemos que vale la pena terminar, plantear la finalización del grupo en los términos convenidos, dándole al cierre todo el juego posible (abierta la puerta, naturalmente, a un re-contrato o a la formulación de nuevas demandas). Esto permitirá re-significar el proceso, su sentido, y lejos de cancelar el espacio grupal, abre nuevas posibilidades para que sea el deseo y no la inercia de lo instituido lo que impulse y dote de sentido al trabajo, en nuevas etapas, con tareas replanteadas, etcétera. Las experiencias de separación nos dejan al desnudo con lo que somos y lo que queremos, en nuestro potencial instituyente.

Conclusiones
Sin adioses El amor y el morir Nunca son olvido Si te vas (canción) Alfredo Zitarrosa.
En la danza, los cuerpos responde al ritmo de la música y a la inspiración del creador coreográfico que los conjunta, escenificando un ritual para la vida, que termina en pocos minutos. Los grupos son generalmente, aún en su voluntad de persistencia, efímeros, y son también creaciones para vivir. Asumir que los grupos nacen y terminan, nos permitirá tal vez seguir ensayando y recreando formas creativas para abordar esa escena temida: la despedida

Notas

(1) Freud, S. La Iniciación del tratamiento (1913), Obras Completas. T. II Biblioteca Nueva, Madrid, 1984. p.334.
(2) Fantasías reseñadas por D. Anzieu en sus estudios psicoanalíticos sobre los grupos.
(3) Véase por ejemplo, E.M. Cioran, J. Derridé, J.L. Borges.
(4) Véase por ejemplo, la ficha de investigación del C.I.R. (Centro Internacional de Investigación en Psicología Social y Grupos).
(5) De distintas maneras: como toda consigna técnica es un principio de actuación y no un imperativo mecánico.

* Margarita Baz es Psicóloga, profesora de tiempo completo de la UAM Xochimilco. México.


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